viernes, 17 de octubre de 2014

alguien en la mente/3

Me di cuenta que ahora hay muchas cosas que ya no me importan, solo veo, y no me importa para nada la felicidad. Subo y bajo las escaleras a cualquier hora y camino por el parque cuando no hay nadie. En los días de la tormenta que yo escuché que Teresa decía por teléfono que fueron diecisiete, nunca había nadie en el parque y yo fui a tocar todas las piedras que toqué cuando era chica. Lo más divino era tener la ropa de mamá, y los suecos, no puedo creer cómo estos suecos de mamá llegaron hasta acá, cómo sobrevivieron a todo y cómo todo lo que hay todavía sigue acá y todavía las cosas me miran como siempre antes. Todavía quedan muchas piedras en el mismo lugar en que estaban cuando iba a la escuela, y troncos, y todavía quedan miles de grietas y rincones que escudriñé como paisajes de todo el mundo, que siguen ahí como ríos y montañas para hormigas. 
Fui a buscar todo eso en los días del temporal cuando no bajaba nadie ni de noche ni de día, pero yo siempre prefiero las noches, con los relámpagos sobre las torres como gigantes a mi alrededor. Vi todo lo que había cambiado y también vi lo que sigue igual, sobre todo ese tronco enorme que al tocarlo me dio una energía de años. Es un tronco talado de ciprés, o de cedro, que dejaron allí durante la construcción, igual que esos enormes escombros apilados. También vi que a pesar de que maté muchas, muchísimas, sigue habiendo caminos de hormigas.
Antes pensaba mucho en los momentos felices de mi vida. Los momentos más felices de mi vida, pensaba cuando estaba triste o aburrida o con rabia, o cansada. Y cada vez que estaba feliz comparaba con los momentos más felices de mi vida. Y cuando hablaba con Marcos o con el padre Martelo hablábamos de eso, y buscábamos eso, sin decirlo. El doctor Faroso también, el doctor Faroso era peor. A veces pienso que al doctor Faroso tampoco le importaba la felicidad ni nada y por eso me hablaba sin parar aunque no hablara y no escuchaba nada de lo que yo le decía. 
Los mejores momentos, cuando estábamos más cerca, era cuando cogíamos con Marcos, y después, el rato que nos quedábamos tirados uno al lado del otro mirándonos a los ojos y acariciándonos toda la piel sin decir nada. La cagada es que siempre teníamos que separarnos al final y el trabajo y la gente y todo al final nos hacían olvidar y salir de nuevo a buscar yo no sé qué, y la cosa quedaba como un recuerdo de la felicidad, otro más, hasta que todo quedaba mezclado en un tiempo de memoria confusa y sin salida porque la muerte era todo en el final. 
Ahora no. Ahora subo y bajo las escaleras de la torre, sobre todo de noche, y salgo a caminar mirando todo lo mismo de siempre cuando era chica y me parece que todo envejeció conmigo y habla sin parar, como yo, porque no le importa la felicidad ni nada a los caminos de hormigas que hablan y hablan sin parar como las piedras.
Por eso hablo sin parar como un camino de hormigas que siempre está diciendo lo mismo y sin moverse y sin hacer nada porque no está pensando en la felicidad ni en nada.




miércoles, 15 de octubre de 2014

alguien en la mente/2

También me acordé de esto.

Nosotras veníamos bajando la escalera grande que llega hasta la puerta de la torre y ellas, la nena con su mamá, venían subiendo y yo nunca las había visto. La nena tenía el pelo más rubio que vi en mi vida y no la podía dejar de mirar. Tenía un vestidito a lunares rosados y la piel muy blanca. 
Cuando se fue acercando vi que tenía también los ojos azules, y que las pestañas también eran rubias y tenía pecas, muchas pecas, y daba alegría verla. Yo la miraba fijo para ver si me miraba pero no, ella venía mirando algo un poco por encima mío, y cuando ya nos estábamos por cruzar y yo estaba por decirle hola, la nena mirando siempre eso que yo no entendía dijo clarito: "mirá esa señora, mamá: vieja, negra, y fea". Y lo dijo casual, como quien señala una flor, un pájaro, un hormiguero.
Yo la miré a mamá y le vi la cara como transformada, pero igual, apenas me agarraba un poco más fuerte la mano, haciéndose la que no había oído. Entonces le agarré la bolsita con las mojarras que habíamos pescado en el lago del prado y me solté y ella me dejó ir sin mirarme. Crucé por el estacionamiento y me fui al ombú que está delante de la torre. Hice un pozo con las manos en esa tierra blanda de los racimos caídos del ombú, y enterré ahí las mojarritas. Me saqué el anillo de plástico con la cara de Cenicienta y lo dejé también. 
Después de eso mi madre empezó a estar como ida por momentos. Estaba en general más callada, pero de repente se quedaba mirando nada, lavando los platos por ejemplo, la agarré un par de veces dejando correr el agua con la esponja en las manos. Y conmigo estaba como más seria, no se, como si se hubiera descubierto algo, como si hubiera entrado en casa una especie de luto. Me empezó a tratar como si fuera más grande y cuando me retaba la cosa era más seria. Todo era más serio, como si estuviera buscando siempre algo por lo que retarme. La vez que me acuerdo fue una en el supermercado, que estábamos llegando a la cola y yo fui a agarrar una revista y de repente me agarra del brazo y me dice que cómo podía ser tan mal educada, que si no veía que estaba la señora primero, y yo no entendía nada porque no había ninguna señora, en fin.
También me acordé de esto en aquellos días de tormenta que no se acababan más. 
A la nenita esa no la volví a ver, pero una vez estábamos con el Ronco en el botánico y no me acuerdo porqué le gritó a un guardia "hijo de puta!", y el tipo se nos vino encima y corrimos como nunca. Terminamos en el puente del Miguelete, sudando, y lo miro al Ronco y veo que está blanco mal. Le pregunto qué le pasa, porque yo todavía estaba asustada, y al final me dice "me hice caca", y se mira por abajo del short, mete la mano y saca una pelotita de caca casi perfecta y a mi me agarró un ataque de risa que no podía parar. Entonces me dio por decirle que se lo pusiera en la cabeza a una nena que estaba tratando de treparse a un sauce que estaba muy cerca. Los padres la estaban relojeando de lejos en unas reposeras del otro lado de la calle, en la vereda del botánico, abajo de los cipreses calvos, y casi no se veían. Le insistí mucho pero no hubo caso, tiró el sorete al Miguelete y se puso la remera en la cintura porque tenía miedo que se le viera la cagada. Lo acompañé hasta la costanera y lo ví bordear el Miguelete hasta el cantegril. Y en mi cabeza desde ese día esa nena rubiecita, la del sauce y la otra, se ríen y me hacen reír.


jueves, 9 de octubre de 2014

alguien en la mente/1

Yo empecé a hablar cuando se murió mi madre, y ya no pude parar. En verdad fue como una semana después de que se muriera, no me acuerdo bien. Me acuerdo que estuve días acá en el apartamento, viendo pasar las nubes por la ventana, porque fueron muchos días de tormenta. 
Cuando volvimos del cementerio con mi hermano y la esposa yo estaba callada todo el tiempo, pero por adentro había miles de voces, como en una fiesta de casamiento donde no conoces a nadie y todos hablan pero nadie baila y no hay música. Estábamos acá en los sillones y mi cuñada hizo café y tomamos. Al final me acuerdo que mi hermano me miró muy fijo y me pidió tres veces que le dijera algo para irse tranquilo, y yo no pude, porque era como que había miles de personas hablando al mismo tiempo en la cabeza, y todas me estaban diciendo lo que tenía que decir y yo las escuchaba a ellas y no sentía nada. 
Al final mi cuñada sacó una pastilla y me la trajo con un vaso de agua de la canilla. Me llevaron a la cama de mamá, mi hermano me dio un beso en la frente y se sentó en la cama al lado mío agarrándome de la mano hasta que me dormí. 
Cuando me desperté ya había empezado la tormenta. Se escuchaban truenos y pensé que era de noche. Pero no, solo que había demasiadas nubes y muy negras y muy bajas, casi tocando la ventana.
Yo me quedé mirando aquello como pasmada, asustada también porque hasta las voces se habían ido, no quedaba nada de nada, y enfrente la palmera se doblaba con el viento y los vidrios se movían a veces con las rachas como si se fueran a partir. Me acordé de cuando mamá me ponía una latita prendida con alcohol azul en el baño para bañarme, como una estufita. No sé porqué me acordé de eso y me fui al baño. Me empecé a duchar y de repente se apagó la luz, apagón. Me terminé de bañar a oscuras, sintiendo los truenos de afuera, y supe que en ese momento estaba pasando algo, algo que una no sabe como nombrar, no sé como decir. Tormenta afuera y apagón en la ducha son cosas que van juntas desde entonces, yo lo sé pero no sirve para nada, solo es que soy así.
Salí desnuda y mojada, porque estaba sola, y me tiré en el sillón a escuchar y pensar. Hacía como diez años que no venía a esta casa y que no veía a mamá, solo la volví a ver cuando ya estaba muerta, muy amarilla y fría y hueca en el cajón, como una hoja caída, quebradiza. 
No me podía acordar porqué no la veía más. Me puse a escarbar en los roperos y a sacar todas aquellas camisas que ella usaba, los mismos sacos y tapados que usó siempre, desde que yo era niña, y me empecé a acordar de muchos paseos que dimos por la ciudad y por el prado, cuando hacíamos caminatas. Vamo a hacer una caminata decía, y salíamos por ahí, por cualquier lado, y ella siempre tenía uno de estos tapados. 
Fue ahí que empecé a hablar y ya no pude parar. Aunque me callara, para adentro seguía hablando, pero sin parar, y a veces me venían ganas de decir algo para afuera pero aveces no y no importaba porque yo estaba hablando para mi, para mamá y para todos y para nadie, algo así. Es lo que me pasa ahora y si me encuentro con alguien no puedo parar, y no quiero que me hablen tampoco. Es como si ya supiera todo lo que me tienen que decir, como si me adelantara a lo que van a decir o como si les quisiera explicar de antes algo. No sé. 
Cuando viene la vecina, que se llama Teresa, yo le digo muchas gracias todas las veces que puedo, y le digo que ella es muy buena y que no se va a morir como mamá porque es muy buena y que un día la quiero invitar a pasear con los tapados de mamá, que si es un día de tormenta mejor porque los días de tormenta son de apagón y hay que aprovechar para salir y mojarse como en la ducha. Ella al principio se reía, después me quería parar un poco, medio asustada y medio enojada, y ahora solo viene con algo de comer, una tarta, una fuente de compotas, un plato de polenta con tuco, cualquier cosa, me la deja en la mesa de la cocina y se va, así nomás, casi sin mirarme ya. 
Pero yo le hablo igual. A veces se mete en el baño y en los cuartos y se lleva ropa sucia también, aunque a mi nunca me parece que esté sucia, no me parece nada, es la ropa de mamá que uso ahora, hasta las bombachas le uso, porque la ropa que yo tenía la Teresa me la llevó un día para lavar y no me la trajo más, y siempre se lo digo, para que sepa nomás, porque a mi no me importa, no me interesa la ropa, nunca me interesó, solo me interesa la ropa de mamá que está llena de recuerdos y paseos.

domingo, 1 de junio de 2014

dónde está el museo?



Museo de Arte Contemporáneo de MOntevideo
http://macmo.uy/sitio/huespedes-documentalistas-javier-rovira-77/

RECORRIDA A CIEGAS

No era lo que me esperaba esta casona. Y no por vieja, más bien por mal barrida y descascarada. No me queda otra que pensar que la circunstancia es deliberada, ya que estoy en el MACMO (Museo de Arte Contemporáneo de Montevideo), y ya todos sabemos las que se trae el arte en los días que corren.

Llego a la muestra sin haber leído uno solo de los textos que la introducen ni la cantidad de bibliografía recomendada por el museo en la web. Soy la clase de público solo medianamente culto y me rebelo contra el conceptualismo que me da la espalda. Arte para artistas que solo miran arte para artistas, le llamo yo. Estoy harto del chiste plástico berreta. Pero sobre todas las cosas, contra la obra que se apoya en un texto curatorial y que en sí misma es nada, directamente podría no existir. O peor, es fea, y encima bancada por el Ministerio de Cultura. Joder que estamos fritos si estos son nuestros artistas. Arte para los artistas, a dar por culo. Soy un palurdo.

De todos modos hoy es la inauguración, y más que a ver la muestra vine a encontrarme con alguien y a tomar una copa. Estoy en eso mientras voy registrando más detalles que me llaman la atención de la casa-museo.

Es una casa de altos. Evidentemente con un pasado de pensión. “Pensión Milán” según un cartel que en sus tiempos debió estar en el portal a la calle y que ahora encuentro apoyado contra una pared del corredor. También sobrevive la ínfima casilla de madera donde se atendía a los inquilinos, con el cartel que ordena que los niños no pueden correr en los pasillos. En los vidrios de las habitaciones hay pegotines de emergencia móvil y de cooperativas de crédito. Si bien la casa es vieja se ve que como pensión funcionó hasta no hace tanto.

Es aquí donde el MACMO a elegido iniciar sus actividades. Viendo la concurrencia siento de nuevo la parodia del arte. No hay público aquí, son todos artistas, críticos, curadores, galeristas o funcionarios de cultura, creo. Los que no lo son, estudian o trabajan para serlo. Una mujer joven está vestida de fiesta con una copa de champán en la mano. Este mundo polvoriento habitado por los fantasmas de mozos de bar desempleados, changadores divorciados y costureras a destajo, da la sensación de estar siendo velado, se diría incluso que asistimos a la víspera de su demolición.

Voy pasando entre los grupos y dejo atrás dos piezas cerradas con cortinas negras en las que se exhiben los videos de la instalación, uno sobre el alegato de Astiz, otro sobre el discurso leído por Candeau en el 80. Hay otra pieza en la que se amontona una bibliografía bastante extensa sobre historia reciente, discursos y performance, con textos escritos en las paredes. Dejo todo para después y avanzo, mientras las conexiones políticas empiezan a hacer sinapsis dolorosas en mi cerebro. Pienso entonces que quizás esta vez sí valga la pena leer.

Un pequeño cartel de “no pasar” (drypen sobre cartulina) pone fin a mi recorrida. La zona restringida por el museo de un modo tan ambiguo, ya que deja ver lo que hay del otro lado y apenas impide el paso, es una especie de conventillo al fondo. Piezas minúsculas como nichos en galería. Evidentemente quién
mandó construir esta casa lo hizo pensando desde el principio en sacar de ella el mayor rédito posible, pensó en todo, hasta en los más pobres entre los pobres. Los artistas, más lúcidos, menos utilitaristas, han corregido esto. Me pregunto si no estaré llevando demasiado lejos mis asociaciones. Me pregunto si no estaré frente a otra ingeniosa ironía para que se rían entre ellos los artistas.

Mi amigo no está por ningún lado. Me dice por celular que está en la azotea, que suba. Tengo entonces que cruzar por encima de ese cartel de cartulina y pasar frente a los nichos sin ventanas subiendo la escalera. Una casa proyectada como pensión hace cien años, pienso, y pienso en mil dramas y comedias de pobreza extrema que ahora vienen a llenar con su carga simbólica una obra de arte que desborda por todos lados, monumental, casi inabarcable. ¿Para quién ese cartel escrito a drypen, si aquí no hay público, solo artistas? ¿Para qué si todos podemos cruzar a la azotea? Por las dudas, será.

La vista desde la azotea es majestuosa, con las enormes grúas del puerto en el sábado soleado que me recuerdan que el gran capitalismo sigue su marcha y opera 24hs por día. Otro grupo se ha refugiado aquí con más champaña y marihuana. No debo olvidar que después de todo, esto es una celebración. Seguramente este día es el fin de muchas horas de trabajo de muchas personas, y el comienzo de otras muchas.

En la vereda de en frente un edificio en obra. En determinado momento alguien hace notar que todos los obreros se han reunido y nos miran desde el último piso de la construcción. Tienen una enorme grúa. Son al menos 20 obreros con cascos terminando la semana y nosotros 20 artistas con copas de champán en la mano. Tal vez con esa grúa se les pueda hacer llegar una botella, si la dirigen hasta aquí. Tal vez el arte haya encontrado la manera de llegar a su público, de salir del museo, de entrar a la vida de los hombres que construyen con conceptos ajenos, sin pensar, acumulando idolatría y resentimiento, envidia y desdén, resignación e ignorancia, el hombre con cuya sangre se paga esta botella, este pensamiento, este orgullo de saber de lo que estamos hablando.

Pero es solo un momento. Las palabras no surgen con la potencia necesaria para que nos comuniquemos. Lo de la grúa, la botella de champán, queda una vez más en chiste interno. Y ellos se guardarán igualmente en voz baja los comentarios sobre las mujeres, seguramente es eso lo que más miran. Apenas algo recatadamente divertido e incómodo. Enseguida nos distraemos con otra cosa.

Me asomo a la casa lindera, a esta altura dos pisos más abajo, y veo a un hombre casi anciano embolsando pedregullo. Casa precaria pero con mucho espacio, el padrón debe tener la misma superficie que este. Más allá se ve algo peor, como un pequeño cantegril embutido en la manzana.

Comento con alguien la tensión que me produce la cercanía de semejante miseria a un Museo de Arte Contemporáneo. La respuesta me sorprende, ya que tantos estímulos desde lo social, tanta posibilidad de mirar hacia afuera, desde el museo, acabó por hacerme interesante y simpática la propuesta y me esperaba otra cosa (lo que de verdad esperaba es empezar a hablar con alguien y enterarme de qué va, de qué es lo que se busca con semejante instalación que se presenta con el nombre de Museo, con todas las resonancias institucionales que esto tiene, y no solo en la institución museo, sino por extensión en cualquier institución existente o posible): me dice el artista, con cara de fastidio: “para mi es re desubicado”. ¿Lo qué? Le digo. “Que vengan a hacer eso en la ciudad vieja. No podés venir y hacer eso en la ciudad vieja. Estás jodiendo la ciudad vieja. Si vas a hacer algo así, no sé, andá al campo, yo que sé”.

Supe entonces que había llegado la hora de partir. Me esperaban los textos que seguramente encontraría en la web. Quería de verdad saber de qué se trata en este caso el arte contemporáneo.

Di todavía unas vueltas por la muestra en sí, los videos y los libros, las preguntas escritas en las paredes. No está mal, tiene que ver y aporta a las preguntas que me vengo haciendo desde que entré. Algo cierra cuando me enfrento al texto que se lee a la entrada y que define el espacio que acabo de habitar de esta manera:

El Museo de Arte Contemporáneo de Montevideo -MACMO- es un espacio de ensayo de modelos, estrategias y formas de pensar en torno al arte contemporáneo.

El Museo no cuenta con una estructura edilicia fija, sino que utiliza diferentes espacios para desarrollar las actividades, desde espacios institucionalizados y reconocidos hasta el espacio público, elegidos en relación directa con el evento o exposición a desarrollar. Centra sus actividades en torno a prácticas artísticas contemporáneas, lo que implica hablar no solamente de objetos y de formatos habituales de exposiciones estáticas, sino de prácticas que se desarrollan en relación con el contexto, mediante una amplia inclusión de recursos que permiten una mirada crítica al entorno. Aquí el objeto como obra de arte pasa a un segundo plano, pudiendo ser éste parte del desarrollo o registro de una práctica pero no necesariamente un fin en sí mismo, sino que se vuelve primordial el discurso y las relaciones que esta práctica establezca. 

El MACMO investiga formas alternativas de institucionalidad. Es una práctica artística a la vez que una Institución. Su equipo de trabajo funciona de manera colaborativa. Utiliza las formas, estructuras y terminologías institucionales pero también procede bajo la lógica de un proyecto autónomo. De esta forma se ensaya la definición de un territorio híbrido, que incluye la movilidad contextual y el cambio de forma constante.

La obra aquí es más que la instalación de video. La instalación de video es una pincelada más de una obra mayor, cuyo objeto es el museo.

Incluso el museo se me hace parte de una obra aún mayor, la idea de museo y su relación con la sociedad, y más allá, los procesos que desencadena (o encadena) y los que lo han formado hasta hoy.

Salgo a la calle y en la puerta me encuentro con los mismos obreros que nos miraban desde la azotea, siempre todos juntos, esta vez en la vereda, sin acercarse. Pasa un grupo de adolecentes fumando y hablando en su jerga de malandras típica de ciudad vieja. Veo de cerca al vecino de al lado con su montaña de pedregullo y su carretilla.

Subo por J. C. Gomez pensando en la escultura social de Beuys, con ganas de estudiar, pensando en si no habrá llegado el tiempo en que toda la reconcentración introspectiva del arte del siglo XX alcanza por fin su punto de desborde, o si no habrá por fin llegado a Uruguay. Pienso en obras de arte cuyo soporte son bibliotecas públicas, oficinas de todo tipo, líneas de ómnibus, empresas encuestadoras, gremios y sindicatos, partidos políticos. Obras que ni siquiera son un concepto, sino un proceso, una dinámica, una pregunta y un ensayo. Obras que son la institución de la reflexión y la crítica en ámbitos esclerosados por la utilidad y el conservadurismo. Pienso en los individuos, los compatriotas a los que está destinada una obra como esta. Pienso en funcionarios, oficinistas y empleados de toda clase, que han aprendido que no pensar en lo que se hace y cómo, es la mejor manera de mantenerse en el puesto con su fuente de ingresos, y han sacado la conclusión de que allí está el bien, en aceptar las cosas como son y adaptarse.

Pienso, también, en si todavía se puede llamar arte a esta práctica de institucionalización de procesos. Pienso en la belleza, en los artistas que todavía se esfuerzan por dibujar y pintar y modelar, componer y escribir algo bello, algo que nos muestre y nos inspire belleza. Pienso en la poesía y en lo sagrado.

Me reconcilio mentalmente con el arte contemporáneo, al tiempo que lo que antes me irritaba me irrita todavía más. Siento que entiendo ahora de qué se trata y a donde iba el arte conceptual, todo ese arte sin objeto que siempre me molestó tanto porque tantas veces se rió de mi en mi cara.

Y sobre todo, pienso que soy un poco, solo un poco menos palurdo e ignorante que antes, y sin haber leído nada, o casi nada. Creo que no se le puede pedir mucho más a un museo y al arte en general.

¿O tal vez si?

sábado, 22 de marzo de 2014

"La lucha entre capitalismo y como sea que se llame esa cosa rastrera y sin imaginación. Esa cosa autoritaria que se agarró del comunismo en una época y ahora como una hiena con cría trata de aprender las reglas donde no las hay, o mejor dicho, donde son las mismas de siempre, las de la imaginación y la fuerza, las de la astucia y la ambición, solo que ya no alcanza con sus discursos igualitaristas y sus utopías neuseabundas para ocultarlas; el capitalismo, al que temen como a algo sagrado, está, y eso es lo bueno, ciento cincuenta mil pasos por delante de todo ello. Lo malo es que es tan igual a la vida misma, que incluso estos hipócritas tienen su lugarcito en el mercado, y hablan, hablan , hablan sin parar." 
Roqué le chat. 
Montevideo 17 de mayo de 1989.