viernes, 17 de agosto de 2012

angelita y el bruto


Enero 7 2012

Cuando llegué me dije: “Bueno, se acabó. Confesemos todo antes de morir, no sea cosa que encima alguien se sienta culpable”. Pero la esperanza que alentaba ese proyecto era siniestra. Se acurrucaba en el rincón más oscuro del calabozo,  aterrada y furiosa.
Era como un ángel derrotado, caída por un oscuro acontecimiento a una realidad en la que antes era invisible. Esta vida en la que siempre pudo actuar sin consecuencias. 
No se si ya estaba ahí cuando llegué, arrastrado, levantado por los guardias, forcejeando con toda el alma, gritando como si mi vida dependiera de ello, como un animal, o si salió de mí al entrar, como si la hubiera parido en esa lucha por la vida que acababa de tener, cuando caí de cabeza hasta quedar ovillado contra el piso, en el medio de la celda, con la mejilla en el hediondo y grasiento piso de porlan, que sin embargo parecía recién hecho. 
El dolor tiene también la propiedad de colocarnos fuera del tiempo, clavándonos a él. Y a veces nos deja así para siempre. 
Me costó como unos 15 minutos, calcúlo, recuperar la respiración. Durante todo ese tiempo un hilo de baba se me escapaba recorriendo el pómulo hasta llegar al suelo, y el ruido de la reja quedó sonando como un acorde, el instante sostenido, inmóvil. 

Medía como veinte centímetros, y lo primero que pensé fué en tirarla por entre las rejas del ventanuco. Estaba en el piso 3, creo, pero no había manera de sacar la cabeza por los barrotes para ver la caída, y además la abertura quedaba por encima de la cabeza. Eso fué lo que primero me detuvo. Me la quedé mirando imaginando alternativas.  Me sorprendió enseguida que era muy hermosa, una perfecta mujercita liliputiense.

Me acerqué para verla mejor. La respiración se le aceleró un poco. Se paró y retrocedió hasta apoyarse contra la pared. El pequeño pecho subía y bajaba con sus tetitas perfectas, incluso voluptuosas. Las caderas generosas, las piernas blandas pero bien torneadas, y un rostro que por debajo del miedo se adivinaba agradable, con esa mezcla de alegría y maldad. Era perfecta.

Tenía que poder hablar, pero no lo hacía, creo, por esa diferencia de tamaños. Tampoco había ningún tipo de comunicación telepática. Era como estar con un animal, una especie de lagartija con la conciencia de un gato. No una rata porque una rata de ese tamaño es mucho más peligrosa por constitución, pero sí una lagartija. Y una lagartija de ese tamaño te puede hacer sangrar un dedo, más con la conciencia de un gato.
Para ella, yo sería una especie de paquidermo tosco y tarado. Y puedo decir que no me rechina la comparación. En las circunstancias en que me hallaba, uno se vuelve animal sin darse cuenta.
Después de pensar todo esto, tuve otro ataque de rabia, totalmente irracional.
Quise darle más miedo. Estaba de un humor rencoroso, humillado, pero de humor. Sentí que podía ser una ventaja que me creyera un bruto y gruñí. Fingí un gesto de sorpresa lo más estúpido posible.  En realidad era una alegría inesperada no estar del todo solo. 
Le apunté con el índice como para tocarla, cauteloso, y se asustó más, soltó un grito cortito, que se le escapó de terror. Me retiré al centro de la celda, siempre estúpidamente extrañado. 

Cuando me quise sentar me dí cuenta que me dolía todo, o mejor dicho que cuando se me enfriara el cuerpo no me iba a poder mover. Y en ese lugar se me iba a enfriar muy rápido.
Decidí afirmar el terreno que creía haber conquistado, en el plano psicológico.   Me puse a amontonar los cachitos de material sobrante que tenía a mi alrededor, como armando una defensa paleolítica contra las fieras, sin mirarla, babeando un poco, cada vez más concentrado en mi personaje de subnormal. Cuando terminé improvisé una danza salvaje para amedrentarla invocando a mis dioses. Los magullones me ayudaban a fingir, no me podía mover bien.



El que sigue, pedir a marta que me traiga los papeles.

Enero 22
Jueves al mediodía

El pensamiento no es nada sin la escritura. Peor; el pensamiento sin la escritura es la nada. Perdón, ahora exagero. Pensamiento sin escritura es una llanura sin caminos, o una selva, da igual, con tal que no haya lugar a donde ir, nada que buscar, todo ya está dado. Puede ser paradisíaco, pero es un paraíso irreal. Abstrayendo y precisando, más que escritura, acto pensado, acción que materializa el pensamiento, la escritura (el arte), como el amor, es un caso límite, fronterizo al edén, a la nada, y a todo lo humano.

Aquella noche me costó dormir. Como había previsto, me dolía todo y me cagaba de frío. Apenas intenté llamar a alguien, pedir una manta o algo. Se oían voces al final del pasillo, pero yo estaba todavía atemorizado y no quería gritar. Ni dar ocasión a que se burlaran otra vez de mí. Al final me quedé dormido mirando pasar las nubes por entre las rejas y las estrellas. Jugando con la idea de que era todo una alucinación, jugando a no mirarla.


Enero 30

Cuando desperté, hacía elongación dándome la espalda, con una mano en cada pared, de cara al rincón. Un rayo de sol daba hasta unos centímetros sobre ella, y enseguida calculé que solo durante esos meses de verano lo vería entrar a la celda, es una abertura al sur.

Había limpiado meticulosamente su territorio, delimitándolo como yo, juntando el material suelto en un montículo largo que hacía un arco perfecto contra su rincón, tan prolijo que era obvio que se había esmerado en ello. Me hizo sospechar si no estaría siguiendo mi misma estrategia, haciéndome creer que ella también era una bestia. Aunque también podía ser que yo hubiera representado tan bien mi papel, que ahora ella tratara de comunicarse de manera rudimentaria, poniéndose a mi nivel. Yo todavía tenía mi ventaja, pero la duda me la sembró. De si no era una bruta de verdad, sin dejar de ser un ángel.

De niño aprendí a mirar con los ojos cerrados. Con una abertura ínfima que deja ver pero que no se nota. Así me quedé un rato, para que si se daba vuelta de golpe no se diera cuenta de que la estaba mirando tal como me encontró el despertar, con la cabeza apoyada en un brazo, Ya dije que era hermosa, y ahora me fijé mejor.

(…)

Febrero 12

Aquel día me vió un doctor y comprobó que no tenía nada roto.
Dijo que si me dolía mucho pidiera una aspirina.
Y que tratara de quedarme quieto.


Julio 2005
Gracias marta por conservar esto

EL QUE SIGUE

La doctora que me mandaron era una mujer joven y fuerte. En sus modales decididos, en sus tonos cortantes, y en la distancia que mantenía hacia mi, se veían las huellas de miles de personas anónimas aquejadas por males insignificantes, las que no borraban de su desprecio la consistencia de algunos moribundos reales.
Se metió al cuarto sin esperar que mi mujer se lo indicara y se sentó en la silla junto a la cama. La luz que llegaba desde la galería no alcanzaba para vernos las caras, no obstante me miró todo el tiempo.
Le conté lo que tenía. A las dos de la madrugada, habiéndome dormido con dificultad después de un agotador día de trabajo, me despertó un dolor en todo el cuerpo, en los músculos o en los huesos; no sabría decir si tenía calor o frío. Me parecía que moviéndome, revolcándome, lo soportaba mejor, pero el dolor no disminuía de verdad por eso.
Mientras hablaba, me pareció ver que una cierta sonrisa se insinuaba en los labios de la doctora, un brillo en los ojos..., pero la escasa luz y mi estado casi delirante podían sugerirme cualquier cosa.
Mi cuerpo era un objeto que yo le mostraba, y me daba vergüenza saber que no podía dar mas prueba de mi que ese dolor y el miedo del dolor. Vergüenza de estar desnudo. No podía esperar compasión ni amistad, ni siquiera comprensión.
Ella se quedo inmóvil con su túnica blanca y su maletín. Yo tenía una simple insolación. Paños fríos y mucha agua hasta que se vaya la fiebre.
-Una cosa- le dije cuando ya cruzaba la puerta para irse sin saludar.
-También me desperté con un pensamiento, una certeza terrible de que la única realidad es esta, el dolor, la muerte, para todos...-
Se tenía que haber reído, soltar una carcajada y dejarme sin palabras, ayudarme a olvidar, pero solo levantó un poco la nota de repugnancia.
-¿Usted no sabe que hay otros que me esperan con problemas de verdad? ¡Usted no tiene nada! ¿No le da vergüenza?
Y yo, que estaba verdaderamente ofuscado con mi humillación y desesperado por una respuesta, un calmante, cualquier cosa, en vez de pronunciar una disculpa, insistí:
-¿Pero que diferencia puede haber cuando se ve que el dolor es el mismo, nos mate o nos perdone una vez mas?, es el mismo dolor para todos. En el fondo de nuestra vida solo él resiste, y con la muerte va a ser el último en abandonar nuestro cuerpo...
Por supuesto que no lo escucho todo, a la mitad ya se había ido -ma si...- dejándome solo.
Me dormí pensando que ella también va a despertar un día y que nuestros dolores, los que tuvimos que mostrarle, para nada la van a ayudar.


Febrero 23 2012

Puestos a escribir, la ficción es una forma de olvidarse de uno mismo, como también lo es escribir sobre el mundo y la vida, y si se quiere, el solo hecho de escribir. Para el filósofo, el pensador, escribir es su forma específica de actuar, de salir de si mismo. Es lo que define al escritor: el que escribe para verse.
Como cuando afinamos una cuerda de guitarra: podemos oir la nota, y afinarla, o podemos buscar en nuestro interior, la idea de la nota, en cuyo caso no oímos nada, así también un hombre, para saber de si mismo la verdad, ha de olvidarse, y oírse resonar contra las cosas que nombra, que intenta nombrar. Y si, es un proceso, un progreso incluso, a veces, cuando los ecos no son demasiado angustiantes y uno puede pensar.
Es la manera que tiene de afinarse el escritor. Como dice P., escribir es una práctica.

En la ficción, además, queda en evidencia el mundo tal cual habita en uno, lo que el mundo dice, es una unidad con el cosmos, desde lo ínfimo a lo infinito, de lo más interior a lo más lejano. La ficción es una corriente alterna entre la poesía y la física, y el corazón de ambas.

Hay que saber controlar el miedo, un hombre de traje gastado en la calle. Primera noche sin techo. Pedir a marta que busque mejor. Buscar mejor entre poapeles.


Primeros de marzo


Cuando llegué a la sala de visitas, casi al mismo tiempo que lo saludaba, le pedí a mi hermano que llamara a marta y le dijera que por favor me trajera los guantes de jardinero, no los de descarne, demasiado gruesos y duros, sino los de tela que se ajustan a los dedos, los de la feria decile. Salió enseguida a hacer la llamada y yo aproveché para pedirle al guardia un cigarrillo. No me lo dio.

Cuando volvió mi hermano me dijo que la había agarrado justito saliendo, qué recién había llegado a la esquina y que volvía a buscarlos. Apreté un puño como para una victoria, un gol a la mala suerte.

Yo no sabía después de eso de qué hablar. Me di cuenta de que no podía pensar más que en maría. Cerrado el paso del cigarro, estaba acorralado. Podía hablarle de la golpiza, de las circunstancias de mi detención, de la consulta con el doctor (Hernán se fijó en el raspón en la frente, quería saber si estaba bien por lo menos) pero de pensarlo ya me entraba como un cansancio, además el guardia estaba ahí, contestando mensajes de texto. Le hice una seña a Hernán, me contestó con otra como diciendo: “ese no se entera de nada!” Pero a mi todavía me duraba el miedo, más desde lo del cigarro, y entonces me volvió con fuerza, no me animaba, y de verdad, a mirar a mi hermano a los ojos, una especie de vergüenza. Creo que de verdad ahí pensó que estaba loco, y que toda la culpa había sido mía, que había hecho alguna cagada de loco.
-¿Qué hiciste? Me preguntó, ya enojado.
-después te cuento
Hizo un silencio que yo sabía lleno de rabia, de no saber como hacer para que le hablara, de saber que no había como, hasta que al final le pregunté si no iba a llamar de nuevo a marta, para ver si había encontrado los guantes y por donde iba. Ahí se ofendió y se fue sin decir nada, furioso.

Marta llegó como a la hora, y cuando apareció me trajo a la mente el largo trayecto por paso de la arena, con lotes de chircas, plazas con hamacas habitadas por vacas y caballos, olor a pastizal. Había encontrado los guantes. En el ómnibus había cosido la punta del índice derecho, me mostró antes de pasarlos por la rendija del vidrio. Le agradecí mucho, me emocioné, como si fuese un regalo de cumpleaños inesperado de alguien querido y perdido durante años.

Marta, a pesar de que hace mucho que dejó de quererme y de que la mayoría de las veces discutimos, todavía tiene esos gestos conmigo, cuando se le presenta oportunidad. Lo que le queda de hacendoso instinto maternal, que se manifiesta hacia nadie en particular, hacia la vida.
En otro tiempo yo le hubiera reprochado amargamente a marta haberme cosido esos guantes turquesa con hilo negro (cómo si me importara!), pero esta vez me gustó. Siempre traté de ser objetivo (¿) con esta clase de gestos, pero esta vez sentí como un vago agradecimiento, algo tibio.

Le pregunté por martín, pero ella parecía más interesada en hablar de mí. Me levanté y le dije que no me sentía bien, pero cuando me di la vuelta el guardia me cerró el paso.
Me tuve que quedar hasta las 12.
En todo el largo silencio mantuve la vista baja. Del otro lado marta esperaba. Al final se paró y poniéndose la campera para irse me preguntó para que eran los guantes.
-Para el frio, le dije sin mirarla.
-¿Para qué? Se acercó a la rendija para oír.
-Para el frío. Repetí
Y se fue.

Me fui poniendo los guantes por el pasillo, un poco sorprendido de que me dejaran hacerlo. Me quedaban perfectos, tal como recordaba, apenas un roce ahora en la costura del índice. Esto me devolvió el humor cuando ya pensaba en maría, con la ansiedad de comprobar que seguía ahí. Estaba contento con mi plan, quería seguirlo ya.

El camino hasta la celda era bastante largo, había que doblar en dos esquinas y subir una escalera que me hacía resoplar para seguir el paso del guardia, que si no te empujaba enseguida, y a mi de verdad todo me dolía bastante, mucho.
Cuando llegamos a la reja bajé la vista, otra vez en mi personaje, que tenía que ser sumiso y mudo con los guardias. Había adoptado con ellos una actitud autista cuando maría estaba viendo, porque contrastaba menos con mi papel de salvaje. Por lo demás, ellos nunca decían nada. Me metí hasta quedar en el centro y esperé a que los pasos desembocaran en el cuarto de donde llegaban a veces voces.
La ví de reojo en su rincón. Estaba como aburrida, adormilada casi, sentada con los brazos alrededor de las rodillas, pero mirándome, alerta. Ahora venía yo a poner un poco de emoción en su vida.

Empecé tironeando de los guantes, como probándolos, exhibiéndolos. Hubiera querido tener un impermeable largo, y una silla donde colgarlo.
Sabía que en cada movimiento de mis manos, en toda mi postura, se veía un cambio de actitud, como si fuera otra persona, de algún modo mucho mas parecida a los guardias. Esto ya no podía ser, si alguna duda había, un zoológico, sino una cárcel, y desde entonces yo era mucho más peligroso que antes. Los guardias eran, probablemente, mucho más temibles para maría que yo mismo, solo que más lejanos, que no la habían descubierto todavía. Yo era incluso un amigo desde el momento en que no la había delatado. Ahora esa posibilidad se había acercado, esa amenaza me daba una nueva ventaja, y decidí que cuando la mirara de frente toda esta terrible nueva tenía que aparecer de un golpe en toda su maldad.

Tal vez los guantes fueron innecesarios, tal vez fueron los que la disuadieron de pelear, lo cierto es que cuando por fin la tuve entre las manos estaba como muerta de miedo. Respiraba con fuerza, pero se dejaba colgar como un muñeco. La levanté hasta la ventana, que me quedaba por encima de los hombros, y el reflejo le acarició bordeando la mejilla, la oreja diminuta, los cabellos tan finos, de un tacto desconocido, entre líquido y gaseoso, que se encendieron como una nube blanca.

Fue un instante, porque ella percibió el cambio de luz y se sobresaltó. Cuando cayó en la cuenta de donde estaba, y hacia donde la llevaba, ahí si empezó a forcejear, pero yo la agarré sin apretarla, formando un cepo con mis dos manos. Los dientes nunca los usó. Cuando de nuevo se quedó quieta, la empuñé con fuerza, lo que para ella sería una fuerza aplastante, puse la peor cara de bestia que pude y la hice pasar por los barrotes.
Ella se agarró a ellos con los dos brazos y empezó a gritar como solo grita quien ve la muerte inminente y violenta. En ese momento su soledad me pareció infinita, pero a mi me provocó un ataque de risa. En realidad solo la quería asustar, desde el principio.
La dejé en el piso y se fue corriendo a su rincón, donde se quedó acurrucada sin mirar nada. Ofendida y avergonzada.

(…)


Otra vez marta apareció con un casco de moto en las manos.
-Me trajo diego. Tiene un amigo que trabaja acá. Se quedó conversando.
Yo me lo imaginé abrazándose a las risas con los guardias.

miércoles, 15 de agosto de 2012

oyescrithoy



fieles a nuestra costumbre, iniciamos este blog aventados por un entusiasmo pasajero. largo tiempo hemos meditado, sin embargo, y tal vez algo de ese tiempo se aprecie hoy.
pero no es que vayamos a hablar de ello.
De echo, nos mueve muy otra consideración. La necesidad de escribir sobre cualquier cosa, desde hace algún tiempo, nos aburre y nos cansa, nos parece vana.
Se nos acusará quizás de refugiarnos en una torre de cristal, pero no, más bien es el lugar que nos va quedando para vivir. un mundo imaginario, sí, el único que hace el acto de escribir necesario.
Como habrán notado, ya los títulos anuncian la intención de escribir un texto cada día. En el fondo se trata de añadir el factor tiempo de modo más riguroso que hasta ahora a las condiciones de la creación.

cirro


permitame sugerir que tal vez sea mejor que nos tratemos de usted diciendo cada cual lo que le parezca, porque de ponernos a discutir sobre los textos creo que sería de nunca acabar.
estoy muy feliz con haber por fin empezado a publicar, no se crea otra cosa, pero tampoco le quiero ocultar que me incomodó un poco que escribiera por mi, usted no es alguien que se ofenda.
Otras cosas prácticas: ?no le parece que deberíamos cuidar la ortografía? Y esa onda casual que quieren dar las minúsculas, ?no está medio pasada?
Usted lo dice, y está bien, que no tenemos tanto tiempo. iremos mejorando.
no será mejor liberarnos ya, y liberar desde ahora a nuestros lectores de la publicación diaria?
me gusta la idea de imponer nuestras reglas. Con total libertad. Y dado que nos dimos esa primera que nos pareció luminosa al principio, no tenemos porque seguirla desde que ya no nos gusta.

cúmulo


mi buen amigo
no le parece que se me está apurando un poco?
creo que deberíamos darnos un poco más de tiempo.
acepto las recomendaciones ortográficas
en lo demás, disculpemé, preferiría seguir con el plan y dejar de hablar de esto en público.
quiere empezar usted?
salud

Veo que le ha gustado la voz personal. Me lo dice tan sin palabras que me veo precisado a aclarar: no nos privemos si nos cuadra de hacer editoriales, mandemé si se le cae alguno, que veo que le va bien el plural.
por otra parte déjeme decirle algo sobre el tiempo ese que nos imponemos. me gustaría convencerlo, o al menos buscarle una vuelta, porque la verdad como que me ahoga un poco.
Escribir está bien, hay que hacerlo, cuanto más mejor, pero siempre que uno tenga algo que decir.
Y aunque me digan que todo el mundo tiene algo que decir, la verdad es que si uno está conforme con ser parte de "todo el mundo", no tiene nada que decir, nada que merezca ser escrito.
Trate de no verlo como un infantilismo incurable de mi parte, y concédame que alguna relación hay entre el escribir obligado, el tiempo que uno se toma para tener algo que escribir, y la escritura misma, y que todo eso hace a la cuestión de la "necesidad" de escribir.
Hoy la tenemos de un modo fácil, tenemos tema, y además nos hemos obligado a hacerlo. Pero no quisiera que hasta mañana estemos pensando en la obligación de escribir más que en lo que habremos de decir.
cúmulo.

Sabe lo que me encanta? que a pesar de que en apariencia usted es aquí el impulsivo, el imaginativo, el hemisferio derecho, muchas veces soy yo el que se niega a entrar y sobarse en consideraciones teóricas.
Creo que por demás hemos quedado presentados, don cúmulo. qué le parece si vamos dejando por acá y nos dedicamos un poco a nuestros quehaceres respectivos. creo que hemos cumplido por hoy

Tiene razón don cirro
subamos esto y recibamos las bendiciones de la fantasía.
Quien le dice que no hallemos amor en el camino.
a su salud!

a la suya