martes, 30 de abril de 2013

meus caros amigos

No es de suponer que sea objeto propio de la literatura el resolver la realidad, ni siquiera el explicarla; para eso existen ciencias que entienden de las cuestiones al respecto, con el éxito, el fracaso, el crédito y el descrédito que todos conocemos y concedemos. Más bien parece ser objeto de la literatura aquello que la realidad coloca entre paréntesis y que, precisamente por eso, es necesario abordar de una manera oblicua, reelaborándolo y recomponiéndolo con nuestra atención creadora para que, a su vez, genere nuevas inquietudes e interrogantes (elementos que forman una parte nada desdeñable de lo que llamamos solazamiento o deleite) cada vez que sea objeto de renovada atención contemplativa. Desde ese punto de vista, que no agota el tema, la literatura tiene no poco que ver con el mito, y este, bastante con el misterio. Y la índole del misterio de que participa el mito es ambivalente. Por un lado, proporciona al mito su carácter de ejemplar, por cuanto hace de él definición y génesis de lo que el mundo es, y por otro, cela el significado de ese movimiento a los ojos profanos, que solo aciertan a desconcertarse ante el enigma que el mito propone y que, sin embargo, encierra el más profundo y real sentido de lo que los hombres y las cosas han venido a ser sobre la faz de la tierra. Por eso, jamás se llega a ver del todo claro el significado de los mitos (como no sea por la vía del conocimiento onírico o iniciático) ni, por ende, el de las literaturas.

Eduardo Chamorro
Prólogo a Bartleby, el escribiente. Ed. Akal. 1983

Este hombre me sorprendió con las mismas palabras que yo usaba en la entrada anterior, en los comentarios. Creo que ya lo había leído, y en algún lugar había quedado latente en mi cerebro.
Qué lección de humildad es la escritura, escribir sobre lo que uno no sabe, o de un modo que no le sale, como si supiera, y que no importe, porque en el fondo fermenta siempre lo que uno sí sabe, lo único que le está dado saber, y su propia voz, hecha de todos los que alguna vez nos inspiraron con hechos y palabras. 

Puestos a escribir, la ficción es una forma de olvidarse de uno mismo, como también lo es escribir sobre el mundo y la vida, y si se quiere, el solo hecho de escribir. Para el filósofo, el pensador, escribir es su forma específica de actuar, de salir de si mismo. Es lo que define al escritor: el que escribe para verse.
Como cuando afinamos una cuerda de guitarra: podemos oir la nota, y afinarla, o podemos buscar en nuestro interior, la idea de la nota, en cuyo caso no oímos nada, así también un hombre, para saber de si mismo la verdad, ha de olvidarse, y oírse resonar contra las cosas que nombra, que intenta nombrar. Y si, es un proceso, un progreso incluso, a veces, cuando los ecos no son demasiado angustiantes y uno puede pensar.
Es la manera que tiene de afinarse el escritor. Como dice P., escribir es una práctica.

En la ficción, además, queda en evidencia el mundo tal cual habita en uno, lo que el mundo dice, es una unidad con el cosmos, desde lo ínfimo a lo infinito, de lo más interior a lo más lejano. La ficción es una corriente alterna entre la poesía y la física, y el corazón de ambas.




martes, 23 de abril de 2013

en cascos de roble

Yo soy de aquellos que nunca están conformes consigo
y eso está bien.
Porque nacimos en un monte de mentiras y peleamos
por salir de nuestra propia tierra:
una selva de mentiras.

Peleamos toda la vida.
Porque si un día llegamos a los bordes
nos da miedo y pena abandonarla.
Y si lo hacemos, entrando al mundo sano
donde hombres y mujeres son hombres y mujeres
y ríen y hablan y se quieren
no reímos ni hablamos ni queremos
solo sabemos pelear por la verdad
y añoramos la mentira para pelear por la verdad
y eso está bien.

Como está bien la rosa
retorcida y vieja y silvestre
que da sus rosas en otoño
en primavera
y en verano
porque está viva,
así salimos nosotros de la mentira
así empezamos nosotros a triunfar
celebrando victorias y derrotas solo nuestras
desde el más puro egoísmo
siendo simple y llanamente nosotros mismos
por una vez.

No gruñimos ya contra las ramas que se nos cruzan
nuestra voz se alza porque es sólo nuestra voz al fin
nuestra íntima, curtida en la mentira voz 


vieja y querida como los cuartos de la infancia.










lunes, 15 de abril de 2013

nobleza obliga

La calle descendía ahora en una ligera pendiente y se veía Palermo muy cerca y completamente a oscuras. Sus casas bajas y apretadas estaban oprimidas por las desmesuradas moles de los conventos. Había docenas, gigantescos todos, a menudo asociados en grupos de dos o tres, conventos para hombres y para mujeres, conventos ricos y conventos pobres, conventos nobles y conventos plebeyos, conventos de jesuitas, de benedictinos, de franciscanos, de capuchinos, de carmelitas, de ligurinos, de agustinos... Descarnadas cúpulas de curvas inciertas, semejantes a senos vaciados de leche, se elevaban todavía más altas, y eran ellos, los conventos, los que conferían a la ciudad su oscuridad y su carácter, su decoro y, al mismo tiempo, el sentido de muerte que ni la frenética luz siciliana conseguía hacer desaparecer. Además, a aquella hora, en noche casi cerrada, se convertían en los déspotas del paisaje. Y, en realidad, se habían encendido contra ellos los fuegos de las montañas, atizados, por lo demás, por hombres muy semejantes a los que vivían en los conventos, fanáticos como ellos, cerrados como ellos y, como ellos, ávidos de poder, es decir, como es costumbre, de ocio.
El gatopardo