lo que tu llamas "el imperio", reverendo chupa pija, lo que llamas "capitalismo", es lo que haces cada día con tus tristes pelotas, con tus anhelos mezquinos, con tu instinto asqueroso, con tu deseo farsante, y con tu cobardía invencible. y no hay nadie tan poderoso como vos en tu imbécil cabecita. eres libre. así que no me hables más de capitalismo ni de imperio. marcos de sayago.
miércoles, 31 de julio de 2013
EL MALO o de la soberbia
Hay personas que hagan lo que hagan, siempre
acaban peor de lo que estaban. Un solo error insignificante, los echa a rodar
por una pendiente empedrada, en la que, sin poder detenerse, el éxito consiste
en evitar un golpe, y el entusiasmo en dar dos pasos con los pies. Sea como sea, el
resultado es la aceleración en el descenso, y en un tiempo que apenas ven
correr, más temprano que tarde están demasiado abollados como para pensar o
hacer otra cosa que caer.
Si
les queda un resto de conciencia cuando ya no haya lugar donde caer, aquel
primer error lo verán tan inevitable como todo lo que le siguió; y si el tiempo
que les queda para no hacer nada es suficiente, abandonados a la ilusión de
movimiento que les dan los empujones de los vivos, mueren con la certeza de que
la vida toda es un mal paso.
Cada instante de dicha en la memoria envenenado
por la desconfianza, la seguridad de haber sido engañados.
Los otros, aquellos que pasan a su lado, se les aparecen despojados de libertad, autómatas al servicio de
su destino. Y la capacidad de amar, siquiera de enternecerse por alguien o
algo, acaba en ellos en miembro atrofiado, útil solo en la medida en que la
vergüenza lo es.
El único consuelo que les queda es el llanto a
solas. Lloran, los idiotas, por cualquier cosa. Y aunque les pasa muy seguido, tampoco así llegan a ver la causa de su llanto.
Pero el malo logra incorporarse.
Obligado a vivir en la
apretada multitud, ve las cosas a una luz extraña para todos, un instinto
ruinoso le obliga a mirar hacia las cimas de las que ha caído. Distraído de este
modo, es víctima permanente de cachetadas y zancadillas, y se reprocha
amargamente no haber muerto en la caída. En efecto, el hecho de haber nacido en
las alturas, constituye aquí abajo una doble humillación: la de la caída y la
de haberla soportado. ¿No hubiera sido más digno morir después de tal cantidad
de deshonra imborrable?
Es un mediocre nacido en lo alto, sin talento
para estar entre los dioses, un heredero al trono con genoma de tarado.
Demasiado habituado a evitar golpes
imprevisibles, solo conserva la espontaneidad en la cobardía, la sospecha y el
garroneo. Ignorante de la calma necesaria para reflexionar, solo se explaya en
la conversación, y sus amigos, si es que se les puede dar ese nombre, lo buscan
en los tiempos de angustia y de derrota. Es esta la única retribución que obtiene por sus trabajos, y tampoco desea otra cosa.
Por eso es que se lo compara con el buitre, que espera el
desmayo de los caminantes. Un buitre en lo alto de la roca, con alas enormes
para el aire y el sol, y un ojo afilado entre las nubes. Pero estoes solo unacomparación.
No es de suponer que sea objeto propio de la literatura el resolver la realidad, ni siquiera el explicarla; para eso existen ciencias que entienden de las cuestiones al respecto, con el éxito, el fracaso, el crédito y el descrédito que todos conocemos y concedemos. Más bien parece ser objeto de la literatura aquello que la realidad coloca entre paréntesis y que, precisamente por eso, es necesario abordar de una manera oblicua, reelaborándolo y recomponiéndolo con nuestra atención creadora para que, a su vez, genere nuevas inquietudes e interrogantes (elementos que forman una parte nada desdeñable de lo que llamamos solazamiento o deleite) cada vez que sea objeto de renovada atención contemplativa. Desde ese punto de vista, que no agota el tema, la literatura tiene no poco que ver con el mito, y este, bastante con el misterio. Y la índole del misterio de que participa el mito es ambivalente. Por un lado, proporciona al mito su carácter de ejemplar, por cuanto hace de él definición y génesis de lo que el mundo es, y por otro, cela el significado de ese movimiento a los ojos profanos, que solo aciertan a desconcertarse ante el enigma que el mito propone y que, sin embargo, encierra el más profundo y real sentido de lo que los hombres y las cosas han venido a ser sobre la faz de la tierra. Por eso, jamás se llega a ver del todo claro el significado de los mitos (como no sea por la vía del conocimiento onírico o iniciático) ni, por ende, el de las literaturas.
Eduardo Chamorro
Prólogo a Bartleby, el escribiente. Ed. Akal. 1983
Este hombre me sorprendió con las mismas palabras que yo usaba en la entrada anterior, en los comentarios. Creo que ya lo había leído, y en algún lugar había quedado latente en mi cerebro.
Qué lección de humildad es la escritura, escribir sobre lo que uno no sabe, o de un modo que no le sale, como si supiera, y que no importe, porque en el fondo fermenta siempre lo que uno sí sabe, lo único que le está dado saber, y su propia voz, hecha de todos los que alguna vez nos inspiraron con hechos y palabras.
Puestos a escribir, la ficción es una forma de olvidarse de uno mismo, como también lo es escribir sobre el mundo y la vida, y si se quiere, el solo hecho de escribir. Para el filósofo, el pensador, escribir es su forma específica de actuar, de salir de si mismo. Es lo que define al escritor: el que escribe para verse.
Como cuando afinamos una cuerda de guitarra: podemos oir la nota, y afinarla, o podemos buscar en nuestro interior, la idea de la nota, en cuyo caso no oímos nada, así también un hombre, para saber de si mismo la verdad, ha de olvidarse, y oírse resonar contra las cosas que nombra, que intenta nombrar. Y si, es un proceso, un progreso incluso, a veces, cuando los ecos no son demasiado angustiantes y uno puede pensar.
Es la manera que tiene de afinarse el escritor. Como dice P., escribir es una práctica.
En la ficción, además, queda en evidencia el mundo tal cual habita en uno, lo que el mundo dice, es una unidad con el cosmos, desde lo ínfimo a lo infinito, de lo más interior a lo más lejano. La ficción es una corriente alterna entre la poesía y la física, y el corazón de ambas.
Yo soy de aquellos que nunca están conformes consigo
y eso está bien.
Porque nacimos en un monte de mentiras y peleamos
por salir de nuestra propia tierra:
una selva de mentiras.
Peleamos toda la vida.
Porque si un día llegamos a los bordes
nos da miedo y pena abandonarla.
Y si lo hacemos, entrando al mundo sano
donde hombres y mujeres son hombres y mujeres
y ríen y hablan y se quieren
no reímos ni hablamos ni queremos
solo sabemos pelear por la verdad
y añoramos la mentira para pelear por la verdad
y eso está bien.
Como está bien la rosa
retorcida y vieja y silvestre
que da sus rosas en otoño
en primavera
y en verano
porque está viva,
así salimos nosotros de la mentira
así empezamos nosotros a triunfar
celebrando victorias y derrotas solo nuestras
desde el más puro egoísmo
siendo simple y llanamente nosotros mismos
por una vez.
No gruñimos ya contra las ramas que se nos cruzan
nuestra voz se alza porque es sólo nuestra voz al fin
nuestra íntima, curtida en la mentira voz
La calle descendía ahora en una ligera pendiente y se veía Palermo muy cerca y completamente a oscuras. Sus casas bajas y apretadas estaban oprimidas por las desmesuradas moles de los conventos. Había docenas, gigantescos todos, a menudo asociados en grupos de dos o tres, conventos para hombres y para mujeres, conventos ricos y conventos pobres, conventos nobles y conventos plebeyos, conventos de jesuitas, de benedictinos, de franciscanos, de capuchinos, de carmelitas, de ligurinos, de agustinos... Descarnadas cúpulas de curvas inciertas, semejantes a senos vaciados de leche, se elevaban todavía más altas, y eran ellos, los conventos, los que conferían a la ciudad su oscuridad y su carácter, su decoro y, al mismo tiempo, el sentido de muerte que ni la frenética luz siciliana conseguía hacer desaparecer. Además, a aquella hora, en noche casi cerrada, se convertían en los déspotas del paisaje. Y, en realidad, se habían encendido contra ellos los fuegos de las montañas, atizados, por lo demás, por hombres muy semejantes a los que vivían en los conventos, fanáticos como ellos, cerrados como ellos y, como ellos, ávidos de poder, es decir, como es costumbre, de ocio.
Estuve meses alimentando gallinetas con migas de galleta
de campaña, hasta que apareció la zorra. Ahora la zorra está
abrazada a mis pies.
Las gallinetas me temían, huían siempre en el último
momento, cuando yo alargaba mi mano para tocarlas. Aunque sin vuelo, eran unos pájaros
hermosos. El plumaje gris que nunca llegué a tocar,
junto al naranja de las patas y del pico, largo y curvado, se llenaba de destellos. Las
plumas esmeralda en el cuello, reflejaban un cielo tormentoso, aunque
estuviera soleado.
Llegaron hasta a comer de mi mano, pero al más mínimo movimiento de mi voluntad corrían a su nido, que nunca vi, con un bamboleo de burla, reproche e indignación. Al fin fueron para mí otro rasgo variable del paisaje, el paisaje mismo que me olisqueaba, como si fuesen las narinas del mundo inalcanzable. Y la resignación anidó en mi. Hasta que llegó la zorra.
Al principio miraba desde lo alto de la loma, y cazaba las gallinetas con alegría, mirándome de reojo al retirarse con la
pieza en el hocico.
Yo siempre sentado en el porche, seguía tirando mis
migas de galleta, lo que provocaba un debilitamiento en la cáscara de los huevos de las aves , hasta que ya no hubo más gallinetas. Las últimas, que ya no tenían tiempo de poner huevos, ni siquiera volvían al nido: atrapadas entre la zorra y yo, en un cerco cada vez más estrecho, se aferraron a las galletas que yo les tiraba ahora a manos llenas, como si no vieran otra vía de salvación para su especie, en un espiral ascendente de locura que la zorra acompañó con fervor, al punto que pensé que ella también desaparecería en ese torbellino sangriento y ruidoso.
Pero no.
Así fué como se acercó la zorra que ahora se abraza y se
despereza a mis pies. (Sin necesidad, porque el sol calienta en esta
época del año)
Ya no quedan gallinetas, y las migas no tientan ni
divierten a mi amiga. Con ella comparto los trozos de carne que me
arriman de la estancia, cordero frío que corto en
cubos a lo largo de la tarde, hasta que el sol se oculta tras el
monte de eucaliptus. Y ella me lo agradece con verdadera pasión, una pasión que la deja exhausta durante el día.
Llegué a pensar que con ella vencería mis demonios
de rencor y celos y malicia, frutos de la resignación de antaño. Por las noches sigue siendo la hembra embriagadora que se me trepa y ensarta su cuerpo terso y flexible como una anguila adolescente. Pero ahora ella se va, está por irse,
lo sé porque cuando despierta de sus siestas y amorrongamientos, ha
empezado a mirarme como antes, cuando creía que me robaba algo al
llevarse una gallineta.
Se va en busca de la liebre, hacia su madriguera, pero
solo yo sé donde encontrarla, y después de una vida entera aquí
sentado, una vida aún no consumada, me levantaré para salvarla y
salvarme.