jueves, 27 de diciembre de 2012

Horas finales de Avelino



1

No se puede desatar del todo en vida
don Avelino
lo que un día atamos a las telas del aire y de la luz
dijeron
y Avelino
los acompañó mirando por la ventanilla
el tiempo y la sombra entre los edificios
pensando:

si un día sienten que falto
y se preguntan
si es que se acuerdan
o alguien piensa
extraña algo de lo que dí por nada
y buscándome miran para atrás
yo ya voy a estar muerto
en la lluvia que todos esquivaron
menos yo
el muerto”


2

Auril, con su bigote y su flema
siempre a punto de largar la carcajada;

Fenso, severo, cruel;

Jano, ingenuo y miedoso;

Descúbito, Mojato,
siempre juntos
con aire de frontera
de caballos
de campo;

uno ladino
uno al pedo
uno atento

Marcia, de los ojos dulces
y rientes y feroces;

Roma,
enojada, irónica, bellísima;

Urbina
de cinco hijos
de color eslavo y lengua portuguesa
la que conoce la historia;

Fuma, amante de cualquiera
y Baja, amante de uno solo;

en el suelo Avelino 
cantando y rogando
sin saber:

Yo no sé lo que se me debe
no sé cómo se arregla esto
ni si hay algo que arreglar
o si se me debe algo

capaz soy yo el que debo
desde siempre
y por eso todo duele
y no hay aire ni luz que se muestre tal cual es

es por eso mismo que no sé
qué debo
si debo
o si hay algo que arreglar

mis oídos están cerrados a la verdad
mi corazón se fue
y ahora está rodeado de campo

en la inmensa soledad sin habla
me pregunto a quién le debo
y porqué.

En la llanura infinita
frente al mar distante
bajo un cielo en silencio.”

y lloraba
como un pájaro furioso
pero lloraba
como un pájaro rabioso
pero lloraba

todo en la vida me lo gané robando, hermanos
a ustedes se los robé
cuando lo que traigo es silencio, nada más,
y mis palabras están vacías como Dios,
tres veces separado del mundo,
se los juro hermanos míos
lo que les tengo dicho es ruido
ruido de huesos rotos.”


3

Era la hora de la sentencia
que sonó así:

El anticristo se parece
pero no es.

La sicosis se parece, pero no es.

Y la mentira
la soberbia
lo necio.”

en los pasillos, se dice
se oyó algo así:

yo también puedo querer
así
se dice

saliendo de un basural
hasta la orilla del arroyo

las cloacas como caries en el murallón
también resaltan en el sol”

y la guillotina se soltó
se dice
la guillotina de bataille.



Moralejos

ya muerta
la cabeza que rodó,
se dice,
dijo:

A la puta se le paga con trabajo.
Y lo que obtenemos de ella
es su trabajo

por el amor de dios, hermano
qué trabajo nos da la puta
a la puta madre con el trabajo!”

dedicado a leandro y a gastón

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Georges Bataille en TV (1958)




Sueño Primero


En este mismo cuarto. María se está acomodando el pelo. No le veo la cara, tampoco en el espejo. Tiene una pollera azul. Le miro las caderas y dudo de si es ella. Pienso en Carla. La quiero llamar para sacarme la duda que me mortifica, pero no me sale la voz, no puedo moverme. En parte porque temo equivocarme.
Se abre una puerta al lado del mueble del espejo y sale una nube de vapor. María, o Carla, no se da cuenta del peligro. Quiero avisarle, no puedo. Al final se mete en el vapor, qué está muy caliente. Yo estoy aterrado. Con mucho esfuerzo me empiezo a mover por el suelo. Cuanto más cerca estoy, el vapor está más denso y caliente. Escucho ruido como de fábrica, una maquinaria gigantesca y oxidada, pero como de lejos. Empiezo a ver algo y oigo una ducha abierta sobre una bañera.
Llego hasta la puerta y miro. Mores está acomodándose el saco. Se sube el cierre y ahí me ve. Sonríe. Marta está sentada en el water, con la pollera azul levantada. Me mira seria con los ojos entrecerrados, exausta y feliz. Me mira fijo y se sonríe con sorna. Mores da un paso hacia mi y ahí me despierto.

Todavía es de noche. Pienso en Martin. María no está, o no la siento.
Por un momento tengo ganas de levantarme, madrugar, tal vez salir. Hacer algo. Escribir. Me inquieta no saber qué va a pasar. Quien va a venir. Me cansa. Extraño la carcel.
Todo está en silencio. La calle vacía. El sueño que tuve, todavía me reverbera en la sien. Si pudiera quedarme en este cuarto para siempre! Hay que probar.
Rosa, Carla, Mores. Y donde estará Freitas ahora? Muerto? Quisiera saber. Quisiera no querer saber. Para qué carajo me sacaron?
Tengo que llamar al número que me dió Mores.

Oigo pasos en la vereda. La ventana está abierta. Los oigo casi al lado mio cuando pasan. Siento el roce de las ropas. Pasan y se detienen en la puerta. La persona entra y vuelve a cerrar, viene derecho a mi cuarto. No quiere disimular. Conoce. La escucho acercarse. Cierro los ojos y me hago el dormido. Abre.
No la veo, y aunque aparece como una mujer de tamaño normal, sé que es María. Se sienta en el borde de la cama y empieza a sacarse los zapatos. Empiezo a entreabrir los ojos. La ilumina de perfil la luz del comedor. Es otra persona, o mejor dicho, cambió, porque sin duda sigue siendo ella. No la veo bien, pero es ella. Más baja, más chica, con el pelo corto. Cuelga la pollera azul del ropero y cierra la puerta. Veo que sus piernas tampoco son las mismas. Más cortas. No es fea. Me gusta. Pero no es como era. En la oscuridad la siento ir a sentarse contra la pared.
Me da pena, no sé porqué. Como si el tamaño normal fuese para ella una enfermedad. No sé donde andaba, de donde viene, cómo salió. Es Maria.
-Estoy despierto -le digo al rato. -Vení-. Y alargo un brazo para acercarla. Ella me agarra la mano y se desliza adentro de la cama. Apoya la cabeza contra mi pecho. Huele a perfume. La piel ya no es tan tersa, ni la carne firme. Pero es tibia, casi caliente. Y esto me consuela muchísimo, me hace dormir.

jueves, 13 de septiembre de 2012

la salida


 Sabía que tenía tres días para asentarme en mi nuevo hogar. En el paquete con la ropa y los documentos, Mores me había dejado la llave, la dirección y un número de teléfono, con una esquela que decía: “llamame cuando llegues”, y firmaba: Eugenio.
Mientras revisaba la billetera, le busqué los ojos por última vez al miliquito de guardia, que esta vez sí me miró. Dos ojos azules y abrumados.
-Ta todo? me pregunta.
-Faltan quinientos dolares, le digo, y el se sonríe.
-Qué va a hacer
Yo no podía no estar contento. Le apreté la mano con una sonrisa de oreja a oreja.
-Qué ande bien, me dijo, y salí.
El sol hacía fuerza atrás de un manto de nubes difusas, y no hacía nada de frio. Serían como las tres.
Al final del camino de pedregullo se veía la garita, el tejído de alambre. Me puse a caminar, por primera vez largo en tanto tiempo, y como una lluvia que se desata, la alegría se derramó en las cosas, no sé decirlo mejor. Me puse a llorar. La luz, el aire, el espacio, el mundo imperturbable de pronto me reconocía. No lo ví venir, yo estaba simplemente muy feliz y no pensaba en nada. Y todo era tan triste. Pero yo no lloraba de tristeza.
Se me empezó a pasar cuando vi de cerca el puesto de entrada y la sombra del guardia que se movió adentro. Me dio vergüenza, pero sobre todo miedo de que me metieran de nuevo por demente. Y aunque intenté controlarme, no tenía fuerzas de voluntad, igual me vio la cara empapada, los ojos temblorosos.
Le mostré la cédula mirando hacia la ruta y él salió a abrir el portón. Cuando crucé le dije estúpidamente:
-ta luego.
-ta luego, respondió, y volvió a cerrar.

El tránsito era escaso pero constante. Autos pasando por una doble vía. Lo primero que veo en libertad, pensé.
Caminé hasta el techito de la parada, que tenía asiento, pero estaba ocupado por una pareja de jóvenes, así que me quedé instintivamente a distancia, casi en la banquina.
-Don! No tiene una moneda?
Me estaban mirando fijo y serio. Esa mirada de fiera, de infanto juvenil posta.
-No tengo un mango guacho, y seguí mirando si venía el ómnibus.
Para que creyeran que no les tenía miedo me acerqué dos pasos y les pregunté si sabían a que hora pasaba el 494. El varón sin dejar de mirarme con esos ojos tan parecidos a los de los milicos que te la querían dar, iguales, contestó:
-Ni idea, al mismo tiempo que la hembra se levantó acomodándose el pantalón. Parecían cuatro ojos de un mismo ser de tan fijo que me miraban.
Pegué la vuelta de nuevo y vi que a lo lejos asomaba un ómnibus.
-Que pasa bo! Tas de vivo?, volvió la guacha a decir, viendo que me les escapaba.
Yo me quedé callado, haciendo fuerza por el inter que se acercaba. Cuando pude distinguir que decía montevideo, me sentí a salvo y metí la mano en el bolsillo como para sacar la plata del boleto. Pero entonces la pendeja se me vino encima y me empujó a la carretera con tanta fuerza que me hizo caer, al tiempo que gritaba:
-qué pasa, te están hablando chupa pija, tas de vivo estás?
Desde el piso vi al ómnibus cambiar bruscamente de senda, como para esquivarme. Con el susto tuve el reflejo de volver a la banquina, pero los dos infantos me cerraban el paso. El ómnibus ya enfilaba por la izquierda como para seguir de largo. Levanté la mano pidiéndole ayuda y hubo un milagro:
En una maniobra arriesgadísima, supongo que muy caliente por el susto que le pegamos y comprendiendo de golpe la situación, el chofer aminoró y se arrimó a la parada hasta clavar los frenos justo adelante mío. El guarda se bajó con una especie de caño de fierro y espantó a las alimañas sin una palabra, chiflando.
No me sentí de verdad seguro hasta que el guarda estuvo de nuevo arriba y el ómnibus arrancó. Dí las gracias pero ni el guarda ni el chofer me miraron. Se debían sentir un poco como en una película.
Me acordé de que a veces en esta clase de interdepartamentales esperaban que te sentaras para ir a cobrarte y preguntarte donde te bajabas. Recorrí el pasillo buscando las miradas de los pasajeros, pero tampoco había nadie que pareciera haber notado nada de lo sucedido. Era poca gente, el aire estaba viciado, y había mucho equipaje en los asientos y el guarda bultos. Capaz por eso nunca me cobraron, venía de lejos, salto o paysandú, directo. Creo que de verdad no tenía previsto parar. O capaz tenían la costumbre de parar cuando veían gente en esa parada, la parada del penal, por alguna suerte de solidaridad con el malandraje, y amagó a seguir cuando vio que había lío. 
Pasé la mano por la ventanilla empañada y otra vez me vino el llanto, el no pensar y ver todo con absoluta claridad, el agua del vidrio en la mejilla, la libertad, el miedo, el sol y la carretera. Pero esta vez se me pasó enseguida, y entré a la ciudad meditando, ahora si, amargamente sobre la tristeza de la vida, viendo pasar los ranchos bajo el sol lechoso.

Me bajé lo más cerca que pude de la dirección que Mores me había dado y caminé. De verdad no quería hablar con nadie.
Me sorprendió bastante la casa. Viniendo de Mores, esperaba un caserón de techos altísimos y pintura verde a la cal, con manchas y olor a humedad, seguramente con alguna especie de inquilino u empleado de Mores recién llegado de algún lugar lejano. Pero no. Era una casita bastante prolija, tipo apartamento en planta baja, casi sin uso me pareció de entrada, y al entrar lo confirmé.
Por suerte en la mesada de la cocina había de lo básico como para no tener que salir, fideos aceite queso y galletas. Pero en la alacena nada, y en la heladera tampoco, ni hielo. Mirando al patio por la ventana de la cocina vi todavía la mancha de una canchada y unas cosas de albañil contra la pared.
Cuando fui al cuarto me tiré en la cama y me quedé viendo como la luz se retiraba. Debía estar agotado, porque me desperté al otro día, y por el sol que entraba desde el comedor ya eran como las nueve. Me metí en la ducha y al ratito siento que abren la puerta. Me acordé de Mores. No lo había llamado. Pero no podía ser él, me hubiera saludado.
Pasé para el cuarto con la toalla en la cintura y busque en el bolso algo que ponerme. De la cosina venían ruidos de pileta. Alguien que vino a limpiar, aunque no había nada que limpiar. Pensé en rosa, si seguía viva, si todavía le daba el lomo para ir a hacer las limpiezas que Mores le encargaba a cambio de su pieza en la pensión. Tal vez un obrero a levantar sus cosas.
Cuando fuí hasta la cocina no lo podía creer. 
Me quedé parado en la puerta como dos minutos. Carla me miró por arriba del hombro, sin sacar las manos de la pileta, con esa sonrisa suya que yo conocía tanto.
No estaba envejecida, pero sí madura, lo que dada la imagen que yo guardaba de ella igual me descolocó un poco, pero su sonrisa seguía siendo la misma. La misma que aprendió a usar tan de chica, yo sabía, y por eso mismo no se le va a quitar nunca, creo. Inocente y cómplice, tímida y divertida, una niña grande.
Se secó las manos con un repasador y vino a darme un abrazo. Hacía demasiado tiempo que no tocaba una mujer de verdad y se me paró enseguida. La retuve cuando se quiso separar y se hizo la sorprendida. No sé que mezcla de implorante decisión habría en mis ojos y mi manera de agarrarla. Debió haber visto que no tenía salida o algo así.
-estoy casada, llegó a objetar, pero a mi, claro, todo me parecía posible y me importaba poco, así que no me sorprendió, ni siquiera entendí qué tenía que ver.
Cuando le pasé la mano por abajo de la remera, hasta que el pulgar se apoyó sobre un pezón, se resolvió y arrodillandose me bajó el jogging. Me acabó enseguida, con la misma exacta sonrisa de siempre, que no había cambiado y lo sabía todo.
-Pero Rosa! Qué cambiada está! Le dije cuando me repuse un poco. Ahí sí la hice reir de verdad y aprovechó para levantarme de nuevo el pantalón y separarse.
Rosa se sentía mal.
-Está muy viejita. Me pidió que viniera yo y que no le digamos nada a Mores.
Por eso tenía que terminar de lavar los pisos y volver, no sea cosa que apareciera de golpe. Y era verdad, tenía eso Mores, la concha de su madre. Por lo menos ahora había, parece, un mínimo de solidaridad entre nosotros, cómo cambian las cosas los años.
Fue entonces, viéndola agarrar el lampazo y el trapo, agacharse en el mueble de la mesada y echar un chorro de agua jane en el balde, que tuve por primera vez esa especie de síndrome carcelario. Unas ganas tremendas de encerrarme en el cuarto, tirarme en la cama, ver pasar las horas. Ganas de sacarme de nuevo de la historia que se me vino encima desde las nalgas de Carla, desde su eterna sonrisa. Se me apareció Ostar, que estaba tan enamorado de ella, el pobre; su padre Freitas y sus papeles; el bar, los bares, la obra, la pensión; toda aquella vida lejana de sombra oscura intuida y sol cercano en la rambla, en los ventanales y la piel. Todo el tiempo viejo y olvidado de pronto me saltaba encima, nuevo y el mismo. La ausencia de Mores, el aguante de Rosa, y María dormida como un enigma en el borde de la cama.




viernes, 17 de agosto de 2012

angelita y el bruto


Enero 7 2012

Cuando llegué me dije: “Bueno, se acabó. Confesemos todo antes de morir, no sea cosa que encima alguien se sienta culpable”. Pero la esperanza que alentaba ese proyecto era siniestra. Se acurrucaba en el rincón más oscuro del calabozo,  aterrada y furiosa.
Era como un ángel derrotado, caída por un oscuro acontecimiento a una realidad en la que antes era invisible. Esta vida en la que siempre pudo actuar sin consecuencias. 
No se si ya estaba ahí cuando llegué, arrastrado, levantado por los guardias, forcejeando con toda el alma, gritando como si mi vida dependiera de ello, como un animal, o si salió de mí al entrar, como si la hubiera parido en esa lucha por la vida que acababa de tener, cuando caí de cabeza hasta quedar ovillado contra el piso, en el medio de la celda, con la mejilla en el hediondo y grasiento piso de porlan, que sin embargo parecía recién hecho. 
El dolor tiene también la propiedad de colocarnos fuera del tiempo, clavándonos a él. Y a veces nos deja así para siempre. 
Me costó como unos 15 minutos, calcúlo, recuperar la respiración. Durante todo ese tiempo un hilo de baba se me escapaba recorriendo el pómulo hasta llegar al suelo, y el ruido de la reja quedó sonando como un acorde, el instante sostenido, inmóvil. 

Medía como veinte centímetros, y lo primero que pensé fué en tirarla por entre las rejas del ventanuco. Estaba en el piso 3, creo, pero no había manera de sacar la cabeza por los barrotes para ver la caída, y además la abertura quedaba por encima de la cabeza. Eso fué lo que primero me detuvo. Me la quedé mirando imaginando alternativas.  Me sorprendió enseguida que era muy hermosa, una perfecta mujercita liliputiense.

Me acerqué para verla mejor. La respiración se le aceleró un poco. Se paró y retrocedió hasta apoyarse contra la pared. El pequeño pecho subía y bajaba con sus tetitas perfectas, incluso voluptuosas. Las caderas generosas, las piernas blandas pero bien torneadas, y un rostro que por debajo del miedo se adivinaba agradable, con esa mezcla de alegría y maldad. Era perfecta.

Tenía que poder hablar, pero no lo hacía, creo, por esa diferencia de tamaños. Tampoco había ningún tipo de comunicación telepática. Era como estar con un animal, una especie de lagartija con la conciencia de un gato. No una rata porque una rata de ese tamaño es mucho más peligrosa por constitución, pero sí una lagartija. Y una lagartija de ese tamaño te puede hacer sangrar un dedo, más con la conciencia de un gato.
Para ella, yo sería una especie de paquidermo tosco y tarado. Y puedo decir que no me rechina la comparación. En las circunstancias en que me hallaba, uno se vuelve animal sin darse cuenta.
Después de pensar todo esto, tuve otro ataque de rabia, totalmente irracional.
Quise darle más miedo. Estaba de un humor rencoroso, humillado, pero de humor. Sentí que podía ser una ventaja que me creyera un bruto y gruñí. Fingí un gesto de sorpresa lo más estúpido posible.  En realidad era una alegría inesperada no estar del todo solo. 
Le apunté con el índice como para tocarla, cauteloso, y se asustó más, soltó un grito cortito, que se le escapó de terror. Me retiré al centro de la celda, siempre estúpidamente extrañado. 

Cuando me quise sentar me dí cuenta que me dolía todo, o mejor dicho que cuando se me enfriara el cuerpo no me iba a poder mover. Y en ese lugar se me iba a enfriar muy rápido.
Decidí afirmar el terreno que creía haber conquistado, en el plano psicológico.   Me puse a amontonar los cachitos de material sobrante que tenía a mi alrededor, como armando una defensa paleolítica contra las fieras, sin mirarla, babeando un poco, cada vez más concentrado en mi personaje de subnormal. Cuando terminé improvisé una danza salvaje para amedrentarla invocando a mis dioses. Los magullones me ayudaban a fingir, no me podía mover bien.



El que sigue, pedir a marta que me traiga los papeles.

Enero 22
Jueves al mediodía

El pensamiento no es nada sin la escritura. Peor; el pensamiento sin la escritura es la nada. Perdón, ahora exagero. Pensamiento sin escritura es una llanura sin caminos, o una selva, da igual, con tal que no haya lugar a donde ir, nada que buscar, todo ya está dado. Puede ser paradisíaco, pero es un paraíso irreal. Abstrayendo y precisando, más que escritura, acto pensado, acción que materializa el pensamiento, la escritura (el arte), como el amor, es un caso límite, fronterizo al edén, a la nada, y a todo lo humano.

Aquella noche me costó dormir. Como había previsto, me dolía todo y me cagaba de frío. Apenas intenté llamar a alguien, pedir una manta o algo. Se oían voces al final del pasillo, pero yo estaba todavía atemorizado y no quería gritar. Ni dar ocasión a que se burlaran otra vez de mí. Al final me quedé dormido mirando pasar las nubes por entre las rejas y las estrellas. Jugando con la idea de que era todo una alucinación, jugando a no mirarla.


Enero 30

Cuando desperté, hacía elongación dándome la espalda, con una mano en cada pared, de cara al rincón. Un rayo de sol daba hasta unos centímetros sobre ella, y enseguida calculé que solo durante esos meses de verano lo vería entrar a la celda, es una abertura al sur.

Había limpiado meticulosamente su territorio, delimitándolo como yo, juntando el material suelto en un montículo largo que hacía un arco perfecto contra su rincón, tan prolijo que era obvio que se había esmerado en ello. Me hizo sospechar si no estaría siguiendo mi misma estrategia, haciéndome creer que ella también era una bestia. Aunque también podía ser que yo hubiera representado tan bien mi papel, que ahora ella tratara de comunicarse de manera rudimentaria, poniéndose a mi nivel. Yo todavía tenía mi ventaja, pero la duda me la sembró. De si no era una bruta de verdad, sin dejar de ser un ángel.

De niño aprendí a mirar con los ojos cerrados. Con una abertura ínfima que deja ver pero que no se nota. Así me quedé un rato, para que si se daba vuelta de golpe no se diera cuenta de que la estaba mirando tal como me encontró el despertar, con la cabeza apoyada en un brazo, Ya dije que era hermosa, y ahora me fijé mejor.

(…)

Febrero 12

Aquel día me vió un doctor y comprobó que no tenía nada roto.
Dijo que si me dolía mucho pidiera una aspirina.
Y que tratara de quedarme quieto.


Julio 2005
Gracias marta por conservar esto

EL QUE SIGUE

La doctora que me mandaron era una mujer joven y fuerte. En sus modales decididos, en sus tonos cortantes, y en la distancia que mantenía hacia mi, se veían las huellas de miles de personas anónimas aquejadas por males insignificantes, las que no borraban de su desprecio la consistencia de algunos moribundos reales.
Se metió al cuarto sin esperar que mi mujer se lo indicara y se sentó en la silla junto a la cama. La luz que llegaba desde la galería no alcanzaba para vernos las caras, no obstante me miró todo el tiempo.
Le conté lo que tenía. A las dos de la madrugada, habiéndome dormido con dificultad después de un agotador día de trabajo, me despertó un dolor en todo el cuerpo, en los músculos o en los huesos; no sabría decir si tenía calor o frío. Me parecía que moviéndome, revolcándome, lo soportaba mejor, pero el dolor no disminuía de verdad por eso.
Mientras hablaba, me pareció ver que una cierta sonrisa se insinuaba en los labios de la doctora, un brillo en los ojos..., pero la escasa luz y mi estado casi delirante podían sugerirme cualquier cosa.
Mi cuerpo era un objeto que yo le mostraba, y me daba vergüenza saber que no podía dar mas prueba de mi que ese dolor y el miedo del dolor. Vergüenza de estar desnudo. No podía esperar compasión ni amistad, ni siquiera comprensión.
Ella se quedo inmóvil con su túnica blanca y su maletín. Yo tenía una simple insolación. Paños fríos y mucha agua hasta que se vaya la fiebre.
-Una cosa- le dije cuando ya cruzaba la puerta para irse sin saludar.
-También me desperté con un pensamiento, una certeza terrible de que la única realidad es esta, el dolor, la muerte, para todos...-
Se tenía que haber reído, soltar una carcajada y dejarme sin palabras, ayudarme a olvidar, pero solo levantó un poco la nota de repugnancia.
-¿Usted no sabe que hay otros que me esperan con problemas de verdad? ¡Usted no tiene nada! ¿No le da vergüenza?
Y yo, que estaba verdaderamente ofuscado con mi humillación y desesperado por una respuesta, un calmante, cualquier cosa, en vez de pronunciar una disculpa, insistí:
-¿Pero que diferencia puede haber cuando se ve que el dolor es el mismo, nos mate o nos perdone una vez mas?, es el mismo dolor para todos. En el fondo de nuestra vida solo él resiste, y con la muerte va a ser el último en abandonar nuestro cuerpo...
Por supuesto que no lo escucho todo, a la mitad ya se había ido -ma si...- dejándome solo.
Me dormí pensando que ella también va a despertar un día y que nuestros dolores, los que tuvimos que mostrarle, para nada la van a ayudar.


Febrero 23 2012

Puestos a escribir, la ficción es una forma de olvidarse de uno mismo, como también lo es escribir sobre el mundo y la vida, y si se quiere, el solo hecho de escribir. Para el filósofo, el pensador, escribir es su forma específica de actuar, de salir de si mismo. Es lo que define al escritor: el que escribe para verse.
Como cuando afinamos una cuerda de guitarra: podemos oir la nota, y afinarla, o podemos buscar en nuestro interior, la idea de la nota, en cuyo caso no oímos nada, así también un hombre, para saber de si mismo la verdad, ha de olvidarse, y oírse resonar contra las cosas que nombra, que intenta nombrar. Y si, es un proceso, un progreso incluso, a veces, cuando los ecos no son demasiado angustiantes y uno puede pensar.
Es la manera que tiene de afinarse el escritor. Como dice P., escribir es una práctica.

En la ficción, además, queda en evidencia el mundo tal cual habita en uno, lo que el mundo dice, es una unidad con el cosmos, desde lo ínfimo a lo infinito, de lo más interior a lo más lejano. La ficción es una corriente alterna entre la poesía y la física, y el corazón de ambas.

Hay que saber controlar el miedo, un hombre de traje gastado en la calle. Primera noche sin techo. Pedir a marta que busque mejor. Buscar mejor entre poapeles.


Primeros de marzo


Cuando llegué a la sala de visitas, casi al mismo tiempo que lo saludaba, le pedí a mi hermano que llamara a marta y le dijera que por favor me trajera los guantes de jardinero, no los de descarne, demasiado gruesos y duros, sino los de tela que se ajustan a los dedos, los de la feria decile. Salió enseguida a hacer la llamada y yo aproveché para pedirle al guardia un cigarrillo. No me lo dio.

Cuando volvió mi hermano me dijo que la había agarrado justito saliendo, qué recién había llegado a la esquina y que volvía a buscarlos. Apreté un puño como para una victoria, un gol a la mala suerte.

Yo no sabía después de eso de qué hablar. Me di cuenta de que no podía pensar más que en maría. Cerrado el paso del cigarro, estaba acorralado. Podía hablarle de la golpiza, de las circunstancias de mi detención, de la consulta con el doctor (Hernán se fijó en el raspón en la frente, quería saber si estaba bien por lo menos) pero de pensarlo ya me entraba como un cansancio, además el guardia estaba ahí, contestando mensajes de texto. Le hice una seña a Hernán, me contestó con otra como diciendo: “ese no se entera de nada!” Pero a mi todavía me duraba el miedo, más desde lo del cigarro, y entonces me volvió con fuerza, no me animaba, y de verdad, a mirar a mi hermano a los ojos, una especie de vergüenza. Creo que de verdad ahí pensó que estaba loco, y que toda la culpa había sido mía, que había hecho alguna cagada de loco.
-¿Qué hiciste? Me preguntó, ya enojado.
-después te cuento
Hizo un silencio que yo sabía lleno de rabia, de no saber como hacer para que le hablara, de saber que no había como, hasta que al final le pregunté si no iba a llamar de nuevo a marta, para ver si había encontrado los guantes y por donde iba. Ahí se ofendió y se fue sin decir nada, furioso.

Marta llegó como a la hora, y cuando apareció me trajo a la mente el largo trayecto por paso de la arena, con lotes de chircas, plazas con hamacas habitadas por vacas y caballos, olor a pastizal. Había encontrado los guantes. En el ómnibus había cosido la punta del índice derecho, me mostró antes de pasarlos por la rendija del vidrio. Le agradecí mucho, me emocioné, como si fuese un regalo de cumpleaños inesperado de alguien querido y perdido durante años.

Marta, a pesar de que hace mucho que dejó de quererme y de que la mayoría de las veces discutimos, todavía tiene esos gestos conmigo, cuando se le presenta oportunidad. Lo que le queda de hacendoso instinto maternal, que se manifiesta hacia nadie en particular, hacia la vida.
En otro tiempo yo le hubiera reprochado amargamente a marta haberme cosido esos guantes turquesa con hilo negro (cómo si me importara!), pero esta vez me gustó. Siempre traté de ser objetivo (¿) con esta clase de gestos, pero esta vez sentí como un vago agradecimiento, algo tibio.

Le pregunté por martín, pero ella parecía más interesada en hablar de mí. Me levanté y le dije que no me sentía bien, pero cuando me di la vuelta el guardia me cerró el paso.
Me tuve que quedar hasta las 12.
En todo el largo silencio mantuve la vista baja. Del otro lado marta esperaba. Al final se paró y poniéndose la campera para irse me preguntó para que eran los guantes.
-Para el frio, le dije sin mirarla.
-¿Para qué? Se acercó a la rendija para oír.
-Para el frío. Repetí
Y se fue.

Me fui poniendo los guantes por el pasillo, un poco sorprendido de que me dejaran hacerlo. Me quedaban perfectos, tal como recordaba, apenas un roce ahora en la costura del índice. Esto me devolvió el humor cuando ya pensaba en maría, con la ansiedad de comprobar que seguía ahí. Estaba contento con mi plan, quería seguirlo ya.

El camino hasta la celda era bastante largo, había que doblar en dos esquinas y subir una escalera que me hacía resoplar para seguir el paso del guardia, que si no te empujaba enseguida, y a mi de verdad todo me dolía bastante, mucho.
Cuando llegamos a la reja bajé la vista, otra vez en mi personaje, que tenía que ser sumiso y mudo con los guardias. Había adoptado con ellos una actitud autista cuando maría estaba viendo, porque contrastaba menos con mi papel de salvaje. Por lo demás, ellos nunca decían nada. Me metí hasta quedar en el centro y esperé a que los pasos desembocaran en el cuarto de donde llegaban a veces voces.
La ví de reojo en su rincón. Estaba como aburrida, adormilada casi, sentada con los brazos alrededor de las rodillas, pero mirándome, alerta. Ahora venía yo a poner un poco de emoción en su vida.

Empecé tironeando de los guantes, como probándolos, exhibiéndolos. Hubiera querido tener un impermeable largo, y una silla donde colgarlo.
Sabía que en cada movimiento de mis manos, en toda mi postura, se veía un cambio de actitud, como si fuera otra persona, de algún modo mucho mas parecida a los guardias. Esto ya no podía ser, si alguna duda había, un zoológico, sino una cárcel, y desde entonces yo era mucho más peligroso que antes. Los guardias eran, probablemente, mucho más temibles para maría que yo mismo, solo que más lejanos, que no la habían descubierto todavía. Yo era incluso un amigo desde el momento en que no la había delatado. Ahora esa posibilidad se había acercado, esa amenaza me daba una nueva ventaja, y decidí que cuando la mirara de frente toda esta terrible nueva tenía que aparecer de un golpe en toda su maldad.

Tal vez los guantes fueron innecesarios, tal vez fueron los que la disuadieron de pelear, lo cierto es que cuando por fin la tuve entre las manos estaba como muerta de miedo. Respiraba con fuerza, pero se dejaba colgar como un muñeco. La levanté hasta la ventana, que me quedaba por encima de los hombros, y el reflejo le acarició bordeando la mejilla, la oreja diminuta, los cabellos tan finos, de un tacto desconocido, entre líquido y gaseoso, que se encendieron como una nube blanca.

Fue un instante, porque ella percibió el cambio de luz y se sobresaltó. Cuando cayó en la cuenta de donde estaba, y hacia donde la llevaba, ahí si empezó a forcejear, pero yo la agarré sin apretarla, formando un cepo con mis dos manos. Los dientes nunca los usó. Cuando de nuevo se quedó quieta, la empuñé con fuerza, lo que para ella sería una fuerza aplastante, puse la peor cara de bestia que pude y la hice pasar por los barrotes.
Ella se agarró a ellos con los dos brazos y empezó a gritar como solo grita quien ve la muerte inminente y violenta. En ese momento su soledad me pareció infinita, pero a mi me provocó un ataque de risa. En realidad solo la quería asustar, desde el principio.
La dejé en el piso y se fue corriendo a su rincón, donde se quedó acurrucada sin mirar nada. Ofendida y avergonzada.

(…)


Otra vez marta apareció con un casco de moto en las manos.
-Me trajo diego. Tiene un amigo que trabaja acá. Se quedó conversando.
Yo me lo imaginé abrazándose a las risas con los guardias.

miércoles, 15 de agosto de 2012

oyescrithoy



fieles a nuestra costumbre, iniciamos este blog aventados por un entusiasmo pasajero. largo tiempo hemos meditado, sin embargo, y tal vez algo de ese tiempo se aprecie hoy.
pero no es que vayamos a hablar de ello.
De echo, nos mueve muy otra consideración. La necesidad de escribir sobre cualquier cosa, desde hace algún tiempo, nos aburre y nos cansa, nos parece vana.
Se nos acusará quizás de refugiarnos en una torre de cristal, pero no, más bien es el lugar que nos va quedando para vivir. un mundo imaginario, sí, el único que hace el acto de escribir necesario.
Como habrán notado, ya los títulos anuncian la intención de escribir un texto cada día. En el fondo se trata de añadir el factor tiempo de modo más riguroso que hasta ahora a las condiciones de la creación.

cirro


permitame sugerir que tal vez sea mejor que nos tratemos de usted diciendo cada cual lo que le parezca, porque de ponernos a discutir sobre los textos creo que sería de nunca acabar.
estoy muy feliz con haber por fin empezado a publicar, no se crea otra cosa, pero tampoco le quiero ocultar que me incomodó un poco que escribiera por mi, usted no es alguien que se ofenda.
Otras cosas prácticas: ?no le parece que deberíamos cuidar la ortografía? Y esa onda casual que quieren dar las minúsculas, ?no está medio pasada?
Usted lo dice, y está bien, que no tenemos tanto tiempo. iremos mejorando.
no será mejor liberarnos ya, y liberar desde ahora a nuestros lectores de la publicación diaria?
me gusta la idea de imponer nuestras reglas. Con total libertad. Y dado que nos dimos esa primera que nos pareció luminosa al principio, no tenemos porque seguirla desde que ya no nos gusta.

cúmulo


mi buen amigo
no le parece que se me está apurando un poco?
creo que deberíamos darnos un poco más de tiempo.
acepto las recomendaciones ortográficas
en lo demás, disculpemé, preferiría seguir con el plan y dejar de hablar de esto en público.
quiere empezar usted?
salud

Veo que le ha gustado la voz personal. Me lo dice tan sin palabras que me veo precisado a aclarar: no nos privemos si nos cuadra de hacer editoriales, mandemé si se le cae alguno, que veo que le va bien el plural.
por otra parte déjeme decirle algo sobre el tiempo ese que nos imponemos. me gustaría convencerlo, o al menos buscarle una vuelta, porque la verdad como que me ahoga un poco.
Escribir está bien, hay que hacerlo, cuanto más mejor, pero siempre que uno tenga algo que decir.
Y aunque me digan que todo el mundo tiene algo que decir, la verdad es que si uno está conforme con ser parte de "todo el mundo", no tiene nada que decir, nada que merezca ser escrito.
Trate de no verlo como un infantilismo incurable de mi parte, y concédame que alguna relación hay entre el escribir obligado, el tiempo que uno se toma para tener algo que escribir, y la escritura misma, y que todo eso hace a la cuestión de la "necesidad" de escribir.
Hoy la tenemos de un modo fácil, tenemos tema, y además nos hemos obligado a hacerlo. Pero no quisiera que hasta mañana estemos pensando en la obligación de escribir más que en lo que habremos de decir.
cúmulo.

Sabe lo que me encanta? que a pesar de que en apariencia usted es aquí el impulsivo, el imaginativo, el hemisferio derecho, muchas veces soy yo el que se niega a entrar y sobarse en consideraciones teóricas.
Creo que por demás hemos quedado presentados, don cúmulo. qué le parece si vamos dejando por acá y nos dedicamos un poco a nuestros quehaceres respectivos. creo que hemos cumplido por hoy

Tiene razón don cirro
subamos esto y recibamos las bendiciones de la fantasía.
Quien le dice que no hallemos amor en el camino.
a su salud!

a la suya